lunes, 16 de noviembre de 2009

La sociedad: ¿cuando inculcó el modo de actuar?


Domingo por la tarde. Sensación conocida de apatía pintada además por la salida hasta altas horas del sábado noche. Qué mejor razón para salir a correr, despejar la mente y liberar endorfinas. Y más si el camino es totalmente desconocido y la playa el destino final. Hora de salida: 17:00. Llegada: 17:30. Noto poco cansancio, razón para alegrarse si no fuera porque posiblemente hay un cierto desnivel que facilita correr.

Sobre la arena me encuentro con varios pescadores, rondando los 50 años de edad la mayoría de ellos. Un par de personas corriendo por la playa y otras tantas haciendo ejercicios con camisetas de tirantes en las máquinas que hay adaptadas para aquellos que en domingo no pueden ir al gimnasio. Me detengo. Doy un paseo intentando contemplar la maravilla de la panorámica y los altos edificios que tengo detrás, el contraste es brutal. Tras esta pequeña pausa de 15 minutos doy la vuelta y a empezar el regreso. Trote.

Me pierdo ligeramente, la carretera ha cambiado; es imposible cruzar tanta hilera de coches. Me desvío de la ruta tradicional, ya se ha hecho de noche. Decido entrar por un callejón... pero hay gente con rasgos faciales y una estética que no inspira demasiada confianza. No, me he equivocado. Voy a intentar descubrir cómo salir de ahí. A pocos metros encuentro otro callejón. Sí, éste sí. Pese a no cambiar el decorado, ahora hay gente paseando. Incluso se convierte en algo molesto, tengo que ir esquivándolas. De repente, veo cómo se abre el camino. Las personas se sitúan a los lados. Un chico de unos 20 años corre hacia mí a gran velocidad. Veo que lleva algo entre las manos, como abrazándolo, parece que es ropa, algo textil. Justo detrás de él una chica le persigue. Debe de tener la misma edad. Torpemente aunque sin dudarlo comprendo que es un ladrón. Perfectamente puedo placarlo de un puñetazo. Por su físico delgado y su mediana altura no parece muy difícil. En poco más de un segundo pasa por mi izquierda a unos dos metros. Enseguida desaparecen detrás de mí los dos. Oigo rumores entre los que observan la escena. Hay una bufanda en el suelo que se le ha caído en la huida. En un minuto abandono el callejón.

Sigo corriendo pero no sé... no me siento muy bien.